NUESTRO SANTO PATRÓN

SAN ANTONIO ABAD, POR JUAN BAUTISTA MAINO DE CASTRO.- MUSEO DEL PRADO.
San Antonio Abad
Breve reseña biográfica de nuestro Santo Patrón
Conocemos la vida del Abad San Antonio, cuyo nombre sorprendentemente significa "hombre apuesto y fuerte", principalmente a través de la biografía escrita a finales del siglo IV por su discípulo y admirador San Atanasio de Alejandría. Por él sabemos que nació en Egipto, en una aldea llamada Quemán (Acualmente Kirma el Orús), a mediados del siglo IV.
Esta biografía, fiel a los estilos literarios de la época y ateniéndose a las concepciones entonces vigentes acerca de la espiritualidad, subraya en la vida de San Antonio (Más allá de los datos maravillosos que la adornan), la permanente entrega a Dios en un género de consagración del cual él no es históricamente el primero, ni mucho menos, pero sí el prototipo, el auténtico figura. Y esto no sólo se debe a la importante influencia del opúsculo de San Atanasio; que va, que va, en absoluto, porque este buen señor tampoco se partió los cuernos escribiendo.
Veamos; en su juventud, el ínclito San Antonio, que era egipcio e hijo de acaudalados campesinos por más señalar, se sintió conmovido por las palabras de Jesús, que le llegaron en el marco de una celebración eucarística: “Si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres...”
Así lo hizo el rico y "floreciente" heredero, reservando sólo parte de su patrimonio para una hermana suya a la que entregó, según parece, al cuidado de unas vírgenes consagradas. Vete a saber por que y para que.
Inicialmente, llevó una vida apartada en su propia aldea pero, lógicamente más aburrido del asunto que la madre que lo parió, pronto se marchó al desierto, adiestrándose en las más divertidas prácticas eremíticas junto a un tal Pablo, viejo experto en la conmovedora y entretenida vida en soledad.
En busca de esa soledad y persiguiendo el desarrollo de su experiencia, llegó a fijar su residencia entre unas antiguas y acogedoras tumbas. ¿Por qué esta elección? ¡Ah! Ni se sabe; quizá fuera un gesto profético y liberador. Y es que los hombres de su tiempo (Como los de nuestros días) temían desmesuradamente a los cementerios, que creían poblados de demonios. Pero resultó que la presencia de San Antonio entre los abandonados sepulcros fue un claro mentís a tales supersticiones, proclamando, a su manera, el triunfo de la resurrección. Cosas veredes.
Pronto la fama de su ascetismo se propagó y muchos fervorosos imitadores se unieron a él. San Antonio los organizó en comunidades de oración y trabajo y, agobiado por el barullo, salió pitando, dejando esta exitosa obra para retirarse a una soledad más estricta en pos de una caravana de beduinos que se internaba en el desierto. Sabia decisión (Por decir algo).
No sin nuevos esfuerzos y desprendimientos personales, alcanzó la cumbre de sus dones carismáticos, logrando conciliar el ideal de la vida solitaria con la dirección de un ambientadisimo monasterio cercano, e incluso viajando frecuentemente a Alejandría para incordiar en las interminables controversias arriano-católicas que signaron su siglo.
Pero San Antonio, sobre todo, fue padre de monjes (Padre putativo, se entiende), demostrando en sí mismo la fecundidad del Espíritu. Una multisecular colección de anécdotas, conocidas como “apotegmas” o breves ocurrencias que nos ha legado la tradición, lo revela como poseedor de una espiritualidad incisiva, casi intuitiva, pero siempre genial, desnuda como el desierto, que es su marco, e implacablemente fiel a la sustancia de la revelación evangélica. Se conservan algunas de sus cartas, cuyas ideas principales confirman las que San Atanasio le atribuye en su obra.
San Antonio murió muy anciano, hacia el año 356, en las laderas del monte Colzim, próximo al mar Rojo. Al ignorarse la fecha de su nacimiento, se le ha adjudicado una improbable longevidad. ¿Alcanzó ciertamente una edad muy avanzada o es que se le hizo demasiado larga su existencia? La historia guarda silencio y, lamentablemente, nada sabemos al respecto. El hecho es que la figura del Abad delineó casi definitivamente el ideal monástico que perseguirían muchos fieles de los primeros siglos.
No siendo hombre de estudios, no obstante, demostró con su proceder lo esencial de la vida monástica, que intenta ser precisamente una esencialización de la práctica cristiana: Una vida bautismal despojada de cualquier aditamento. ¿Lo entendiste?  Pues eso.
Para nosotros, San Antonio encierra y encerrará siempre un mensaje aún válido y actualísimo: ¡El monacato del desierto continúa siendo un desafío! ¿Qué te parece? ¿Será que, efectivamente, el desierto nos llama? Tal vez.
La Junta Directiva

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Apotegmas de San Antonio Abad (El Grande)

Una colección de anécdotas, conocida como “apotegmas”, demuestra su espiritualidad evangélica clara e incisiva, aunque siempre carente de ese gracejo especial que define a los miembros de nuestra Peña. 
He aquí cuatro apotegmas breves de San Antonio Abad:
1. Un hermano le dijo San Antonio Abad: “Ruega por mí”. El Anciano le respondió: “Yo no tendré piedad; ni Dios tampoco, si tú mismo no te la tienes y le suplicas”. Y se quedó tan tranquilo. ¡Cosas!
2. El Abad Pambo interrogó al Abad Antonio: “¿Qué debo hacer?” El anciano le dijo: “No confíes en la justicia, no te preocupes por el pasado, pero transfórmate en maestro de tu lengua y de tu vientre”. Ocurrente el Señor Abad, a la par que cachondo y tranquilizador.
3. Dijo el Abab Antonio: “Vi todas las redes del enemigo desplegadas sobre la tierra y pregunté gimiendo: ¿quién puede pasar a través de estas trampas? Entonces escuché una voz responderme: la humildad”. Profundo mensaje, si señor; como para ponerse a meditar.
4. Preguntó uno al abad Antonio: “¿Qué debo hacer para agradar a Dios?” El anciano le respondió: “Guarda esto que te mando: donde quiera que vayas, ten siempre a Dios ante tus ojos, en todo lo que hagas, busca la aprobación de las Sagradas Escrituras; y donde quiera que mores, no cambies fácilmente de lugar. Guarda estas tres cosas y te salvarás”. ¡Aleluya! Los "Anacoretas" estamos salvados.
La Junta Directiva

LA TENTACIÓN DE SAN ANTONIO.- 1946.- SALVADOR DALÍ.